martes, 25 de enero de 2011

Alabando a Dios




Hola, me llamo Juan y soy un adulto nacido en Madrid, una ciudad situada en España, el día cinco de marzo del año 3.000. Ahora ya tengo veinticinco años, y estoy acabando mi último invento, pues mi oficio es el de inventor. Bueno, a lo que íbamos, que el invento que estoy haciendo es una máquina del tiempo, y sería la primera que ha existido en toda la historia. 


Mi primer viaje que quiero hacer es a la época en la que dicen que nació Jesús, que dicen que es Dios. Yo no creo en Dios, y tampoco creo en otra extraña religión. El hecho por el que quiero ir a esa época es el de demostrar que Dios no existe.
Van pasando los días y cada vez me queda menos para acabar,  pero tengo que poner una cosa, sin este objeto la máquina no puede funcionar. Es el condensador X-1.330 tamaño XXL y una batería de 4.000 voltios que va conectada al condensador y que dura una semana, es decir, 168 horas. Los he buscado por todas partes pero no consigo encontrarlos. Estoy mirando en internet y… ¡por fin! ¡He encontrado lo que buscaba! Me lo venden en América por1.000.000 de € incluyendo los gastos de envío. Aunque es muy caro merece la pena comprarlo, además, no sé si os he dicho que soy rico. Me llegó el paquete al día siguiente y en seis horas ya lo había puesto en la máquina, ¡mañana la probaré!
Esta mañana a las 10:00 mi jardín estaba congregado de gente deseosa de ver el invento. He dicho un discurso de despedida:
“Señoras y señores, niños y niñas, vais a presenciar el gran invento que he hecho con sudor, con sudor y esfuerzo durante tres años sin parar. Mi primer viaje va a ser a la época de Jesucristo, para demostrar que Dios no existe, así que amigos, hasta la vista”
Después de este gran discurso me metí en la máquina del tiempo y puse en la pantallita en la que ponía día, mes, año, hora y lugar 24 de diciembre del año 0 a las 11: 59:59 en un portal a las afueras de Belén. Pulse el botón “GO” y… ¡Aparecí en un portal en el que se veía a un señor, a una señora y a un niño acostado entre sus brazos. Me quedé mirándole y al poco tiempo llegaron unos pastorcillos y más de 200 ángeles cantándole y dejándole regalos como quesos, ovejas o mantas de lana a sus pies. Entonces el niño me sonrió y me di cuenta, me di cuenta de que Dios sí existe y me puse a llorar por mi grave error. Después le dejé unas cuantas de monedas de oro que llevaba en el bolsillo y le di un beso. Me quedé unos días cantando y alabando a Jesús y cundo vi que me sentía tan feliz tuve una idea. Cambié mi ropa por la de un pastorcillo y me quedé allí a vivir feliz y radiante de alegría.        

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