Estaba yo nadando en la piscina del hotel, disfrutando de mis vacaciones en Tanzania, cuando gritó mi madre desde la terraza de la habitación:
- ¡Fred, sal del agua! Hay que cambiarse para jugar al escondite con tus amiguitos en el hotel. Corre o llegarás tarde.
Salí del agua, me sequé y me cambié como un rayo. Por suerte, no llegué el último, lo que significaba que no la ligaba. Roberto, uno de mis amigos empezó a contar en alto, pensé un escondite y me dirigí escaleras arriba, hacia la azotea. Ya arriba, oí unos gritos y unas canciones, gruñidos, bufidos, cristales rompiéndose, etc.… Pero yo no quería bajar porque pensaba que eran mis amigos y no quería que porque estuviese con ellos, me echasen a mí también la bronca, así que seguí tomando el sol, disfrutando del calorcito y durmiendo allí arriba.
Entonces, me desperté, miré el reloj y ¡madre mía, ya eran las seis, tenía que bajar a merendar! Pero cuando bajé, me llevé un susto y una tristeza terrible: todo estaba destrozado y allí no había nadie. Salí al exterior y llamé a la policía, mientras venía, subí a mi habitación y cogí mi pistola de balines. De repente, una pata se posó sobre mi hombro, me di la vuelta y ante mí pude ver una pandilla de rinocerontes con gorras, tatuajes, pendientes y gafas de sol. ¡Los rinocerontes raperos! El cabecilla era uno tan grande como un armario y se llamaba Roni, además llevaba unos cascos para escuchar música. Me ataron de pies a cabeza, pero justo llegó la policía y desgraciadamente escaparon. La policía me desató y empezamos a buscar pistas para encontrar a los demás. Entonces, un policía abrió la puerta de la despensa y allí estaban mi madre, mi hermano, mi padre, mis amigos, el personal de cocina, etc.… Desde luego que todos pasamos una experiencia terrible, pero, al menos, volvíamos a estar juntos.
Es muy original y divertido, Gabriel. Me ha gustado mucho. ¡Sigue escribiendo!
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